martes, 10 de enero de 2012

SPANISH HORROR STORY

A propósito de Sarah Palin's Alaska


Mariano Rajoy y Elvira Fernández no lo van a tener nada fácil en esta nueva etapa al frente del Gobierno. No se trata simplemente de la crudeza de la recesión económica y de la gran responsabilidad inherente a un cargo de semejante calibre. Muchos pensarán en el cómo lo van a hacer estos cabezas de partido para solventar la falta de liquidez y la incertidumbre anímica de gran parte de la población. Pero hay cosas mucho más complicadas que todo esto. Mucho más oscuras. Cosas que nadie quiere que sepamos. Secretos que nosotros te vamos a contar.


El reto más decisivo al que se enfrenta el matrimonio Rajoy es el de la mudanza. Y no por el rollo de redecorar. Qué va. Nos referimos a algo grande, mucho más grande. Durante años ha corrido el rumor de que La Moncloa está maldita. Desde luego indicios no nos faltan. Fuentes internas han trabajado concienzudamente para que esta información no llegue a la “opinión pública”, pero ha llegado el momento de que esta pobre y mundana “opinión pública” conozca la verdad y entienda, por fin, que ellos no tienen culpa de nada. Todos nuestros pobres líderes han estado bajo la influencia de fuerzas oscuras, como poseídos por El humo negro.

La nuestra es una historia de sirvientas que mutan en pornochachas, de muertos cuyos cuerpos llevan ya un tiempo ardiendo, de mentiras e infidelidades, de ministros en trajes de látex, de mujeres que perdieron a sus hijos y de monstruos en el sótano. 
Los pasillos de La Moncloa no han conocido compasión y conseguirán volver loco hasta al más vallisoletano. Poca gente ha salido de allí con vida y, si lo han hecho, ha sido bajo condiciones mentales no recomendadas para menores de 18. El nuestro es un relato de memoria histórica.


Las relaciones entre políticos y televisión en estos tiempos de apocalipsis perpetuo están conformando un sistema de recepción altamente serializado. La actualidad política ha dejado de ser un contenido que se mide en noticias para empezar a emitirse en capítulos. No es de extrañar que cada vez oigamos más a menudo expresiones como el 1x01 de Soraya, el Season Finale de ZP, el crossover de Ana Botella, el Spin-off de Carme Chacón o el cameo de La Merkel y Sarkozi.

La democracia ha dejado de ser un sistema cimentado en el voto para empezar a confiar en el modelo publicitario de los ratings. No creo que sea ninguna tontería si digo que el grado de deformación y desconfianza en nuestros representantes ha llegado a bordes irreversibles en el que la política, una parte tan importante de nuestra vida como ciudadanos, no deja de percibirse más allá de la ficción. Ciertamente, muy a menudo, todo esto nos parece extremadamente ajeno y lejano. Peor todavía: lo percibimos como una comedia cuando es casi siempre tragedia.


La dinámica de lo destructivo, de la crítica por la crítica, de la falsa humildad, del afán de protagonismo, de la falta de comunicación y de la mitificación de una comodidad engañosa han llevado a todos nuestros políticos a perder el contacto con la “realidad” de para los que trabajan,  y, en consecuencia, a que nosotros perdamos la orientación en todo este tinglado que tanto nos incumbe. 
Cuando todo lo que sobran son opiniones y lo que escasea son informaciones claras, honestas y bien explicadas, la ardua tarea de mantenerte bien informado conlleva un esfuerzo cada día mayor, pero, además, requiere un ojo crítico bien entrenado que sepa diferenciar entre lo superficial y lo esencial. Buena suerte.

Deberían comenzar cada pleno con un ‘Previously on…’ que nos ponga en contexto y nos recuerde por donde íbamos. También estaría bien infografía integrada a lo Fringe que nos informe del escenario con precisión. ¿Qué no? Prueba a perderte un capítulo, a ver si te aclaras al siguiente. El estado de esquizofrenia que se experimenta a lo largo de la primera temporada de American Horror Story no dista mucho del que sentimos con el visionado diario de contenidos que, en teoría, están ahí para informarnos. 


La política debería ser política y no políticos. Las leyes deberían hacerse en conjunto, como se hacen los subtítulos en esa mutua colaboración altruista, transnacional y fascinante, para que los ciudadanos puedan disfrutar de su serie favorita tan sólo unas horas después de su emisión en el país de origen. El castellano de a pie no quiere consumir culebrón patrio porque, además de la baja calidad de nuestras series, ya tiene bastante con todo este sarao administrativo a lo Sálvame. La política se consume, hoy en día, en términos de irrealidad. Se consume. 

Trasladándonos a barrizales americanos, el piloto de Sarah Palin’s Alaska resulta esclarecedor en este aspecto y, por supuesto, una experiencia iniciática. Como reality show no funciona, más que nada porque de real tiene poco. Sin embargo, como serie bizarra a medio camino entre el documental sobre osos Grizzly y El Dogma 95, se adapta a todas nuestras expectativas vitales. Este producto es la accidentada desembocadura de esta corriente de política-espectáculo, es el máximo exponente de la falta de política en la política


Como híbrido abstracto alterna el drama de Sarah por mantener su vida privada ajena al periodista que la espía desde la casa de al lado, con el panfletismo didáctico que promociona los valores favoritos de los Palin, con la comedia costumbrista más guionizada en el manejo de la adolescencia de su hija, con momentos de máxima tensión en los que la protagonista lucha contra la adversidad al más puro estilo de “Desafío extremo”, con intentos de documental sobre la naturaleza de Alaska a lo David Attenborough, con momentos de película romántica hollywoodiense entre el matrimonio y con una suerte de making of de la senadora en sus colaboraciones con diversas cadenas de televisión y medios audiovisuales. 

Sarah Palin’s Alaska es el conglomerado estandarte de ciencia ficción en el que cabe todo. Porque así es la tendencia política últimamente: todo siempre es poco y si aburres estás muerto.  
Pero no perdamos la esperanza. En España aún no hemos llegado a estos niveles de genialidad. Todavía hay un lugar para la esperanza. Eso siempre que los fantasmas de La Moncloa den un poco de paz a nuestros gobernantes (y ellos a nosotros).

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